En la actualidad, la relación entre la investigación científica y el bienestar humano está adquiriendo una importancia sin precedentes. Por una parte, los datos empíricos demuestran que la aplicación de principios científicos no solo puede impulsar el crecimiento personal, sino también mejorar la calidad de vida de las comunidades. Este efecto se observa en campos tan variados como la psicología positiva (en particular, la llamada “psicología de la tercera ola”), la neurociencia cognitiva y la medicina preventiva, donde la medición objetiva de variables psicológicas y fisiológicas posibilita la creación de intervenciones a medida que fortalecen la resiliencia, favorecen la autorregulación emocional y facilitan la consecución de metas significativas.
Pero, por otra parte, el mismo desarrollo científico acarrea numerosos aspectos problemáticos que podrían desembocar en auténticas amenazas. La rápida expansión de la biotecnología y el surgimiento del transhumanismo plantean preguntas fundamentales sobre los límites éticos de la intervención tecnológica en la naturaleza humana. Las técnicas de edición genética, la terapia celular y los implantes neuroelectrónicos prometen corregir enfermedades hereditarias, ampliar capacidades cognitivas y prolongar la longevidad. Sin embargo, la ausencia de marcos regulatorios consensuados y la posible creación de desigualdades biológicas exigen una reflexión profunda sobre los valores que deben guiar estas innovaciones. La literatura reciente insiste en la necesidad de una “ética tecnológica” que incorpore principios de justicia distributiva, autonomía informada y responsabilidad social.
En este contexto, la inteligencia artificial (IA) emergente se presenta como una herramienta potencialmente transformadora, siempre que su diseño esté orientado hacia la compasión y el uso saludable de la tecnología. Los sistemas de IA compasiva buscan reconocer y responder a estados emocionales humanos mediante algoritmos de aprendizaje profundo entrenados con datos afectivos, con el objetivo de ofrecer apoyo psicológico, acompañamiento en situaciones de vulnerabilidad y mitigación del aislamiento digital. No obstante, ya desde antes de la explosión de la IA, la proliferación de dispositivos conectados y plataformas de consumo continuo ha generado lo que algunos autores denominan “demencia digital”, un conjunto de síntomas que incluyen déficit de atención, dependencia tecnológica y deterioro de habilidades sociales. La literatura sugiere que la adopción consciente de hábitos digitales —como la práctica de “detox” tecnológico, la limitación de
notificaciones y la promoción de espacios offline— puede contrarrestar estos efectos adversos y favorecer una relación equilibrada con la tecnología.
La Fundación TSAWA se ha propuesto crear espacios de reflexión multidisciplinarios que articulen ciencia, ética y tecnología en torno a tres ejes estratégicos. Cada uno de ellos constituye una pieza clave para construir una sociedad en la que el progreso científico sirva al bienestar integral de las personas y a la sostenibilidad de nuestras comunidades:
1. Ciencia como motor de crecimiento personal y mejora de la calidad de vida: Queremos difundir investigaciones de psicología positiva y neurociencia que muestran cómo la meditación, la atención plena y la práctica deliberada remodelan circuitos cerebrales, y promover la alfabetización científica mediante talleres, podcasts y recursos interactivos.
2. Ética tecnológica para biotecnología y transhumanismo: Queremos promover el debate sobre los límites éticos del desarrollo científico y la necesidad de códigos éticos colaborativos, que incluya a científicos, bioeticistas, legisladores y la sociedad civil, organizando foros públicos para que la ciudadanía participe en la discusión y pueda influir en la toma de decisiones.
3. IA compasiva y uso saludable para evitar la demencia digital: Queremos crear foros de debate sobre la posibilidad de una IA que reconozca emociones y ofrezca apoyo psicológico, recordatorios de autocuidado y sugerencias de desconexión cuando detecte agotamiento digital, y promover la elaboración de guías de “higiene tecnológica” basadas en evidencia neurocognitiva (límites de tiempo de pantalla, gestión de notificaciones, pausas activas y zonas libres de dispositivos).
Ciencia, ética y tecnología: hacia un futuro de bienestar personal y colectivo

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